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De Colombia a Columbia, de Bogotá a Nueva York, de Castilla a Manhattan

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Tatiana, esa niña hermosa, de grandes ojos entre verdes y azules, pestañas largas y una sonrisa que su hermana siempre ha amado. No estudió en los colegios más prestigiosos de Bogotá, ella asistió al Jardín Psicopedagógico Christian Harvard, a tres cuadras de su casa, al que asistían no más de 20 niños y dónde obtuvo su primer diploma, el de Jardín Infantil.

Ya en la primaria y bachillerato, Tatiana fue una estudiante ejemplar con destrezas sobresalientes con los números y las ciencias. Tampoco asistió a colegios bilingües, pues las condiciones económicas de su familia no permitían este “lujo” y quizás por esto, despertó una sensibilidad social particular que la llevaban a sentir incomodidad cuando conocía o vivía alguna injusticia. Fue acá cuando se planteó la idea de que debía luchar contra las injusticias y diferencias que veía.

 

Su habilidad con los números y su sentido social orientaron su destino. Al terminar el colegio, decidió estudiar Ciencia Política, una carrera que apenas se escuchaba en el país. Su mamá imaginaba que cuando Tatiana creciera desfilaría en las pasarelas de Cartagena, compitiendo en el Reinado Nacional de Belleza, tenía dudas sobre esta carrera, pero la tranquilizaba el hecho de que estudiaría en la Universidad de los Andes, la universidad privada más importante del país.

Estudiar en los Andes, era un sueño hecho realidad. “Nunca me imaginé poder estar allí, es más mis amigas no se imaginaron que yo fuera a los Andes. No fue fácil, yo no venía de colegios bilingües, y las lecturas en inglés me tomaban más tiempo que a los demás”. Tatiana terminó en el 2010 Como politóloga y siguiendo los consejos de Sandra García, su mentora, en el 2013 terminó la maestría en Economía, donde trabajo en las desigualdades que se presentan en el acceso a la Educación.

Tatiana decidió sin saberlo, que no desfilaría en Cartagena como su mamá lo imaginaba y optó por una vida académica, siguiendo el camino de Sandra García, y el de otras que saben que influyeron en las decisiones de Tatiana, pero que no quisieran aparecer aquí. “Seguí los pasos de Sandra, trabajar en educación y presentarme a Columbia. Apliqué dos veces, dos años seguidos, y presenté tres veces el GRE, que es carísimo. Finalmente me aceptaron, fui feliz… ¡Era Columbia, no Colombia!”.

Tatiana fue aceptada en el 2016 en el Teachers College de Columbia University al doctorado en Economía y Educación. Desde entonces vive en Manhattan, a unos pasos de la Universidad, en un pequeño apartamento que hace parte de las residencias universitarias, en compañía de Alonso, su esposo, y de Celia, su gata adoptada de pelaje negro, maullido agudo y a quien Tatiana le ha trasferido parte de su vanidad. En este apartamento, los tres pasaron el confinamiento debido a la covid-19 durante el invierno, primavera y verano del 2020.

En el encierro, Tatiana debió trabajar más de lo normal. El doctorado, pese a ser un programa que está adscrito a una universidad, donde se cuenta con “sabios” en un tema, es un trabajo individual. Es el doctorante quien define el ritmo de trabajo y quien se enfrenta solo a plantear una pregunta de investigación, que sea lo suficientemente innovadora, retadora e interesante. Innovadora para cumplir con la premisa del doctorado de “ampliar la frontera del conocimiento”, retadora para minimizar el riesgo de que otras personas en el mundo puedan platear la misma pregunta y, en consecuencia, perder la oportunidad de investigación, e interesante para que estos sabios de la universidad acepten apoyar la investigación y den vía libre al trabajo.

 

Tatiana permaneció horas, días y meses sentada en el sofá de su apartamento, acompañada de Alonso y bajo la vigilancia y supervisión de Celia, que la acompañaba con su ronroneo. En este tiempo, que fue duro para todo el mundo, Tatiana enfrentó los más duros demonios del doctorado, las crisis emocionales, que sólo los que ha pasado por esta experiencia conocen y que los que no lo han vivido no se la imaginan. Estar en un doctorado es estar todos los días en una u otra crisis, porque no avanzo, porque siento que no sé, porque no me puedo quejar o porque si no publico no me puedo graduar y si no me gradúo tengo que devolver la plata de mi beca, lo cual puede ser miles de dólares.

 

Pero esta historia tiene final feliz. Tatiana defendió su trabajo de doctorado en marzo del 2022, su grado sería en mayo. Su hermana la acompañó y orgullosa de ver a su “little sis” desfilar en un gran estadio, con una pasarela enorme y frente a un público que la aplaudía, no pudo aguantar la alegría y, como buena latina, armó el desorden con vítores, hurras, silbidos y gritos, que luego los más rígidos americanos, chinos y japoneses imitaron.

 

Tatiana cumplió el sueño de su madre, desfiló, pero no en un traje ajustado decorado con lentejuelas y canutillos. En su lugar, lució una amplia toga larga de color azul grisáceo, con mangas anchas que decorada con tres franjes negras, característica de los graduados de Columbia. Su corona no era en oro ni con brillantes, era un birrete negro opaco que portaba con orgullo y que la hacía más linda de lo que ya es. Tampoco le dieron un cetro, le dieron un hood azul rey que solo lucen las pocas personas que hacen un doctorado en Columbia University.

 

Y así es como la reina de las Velasco-Rodríguez, desfila por las calles de Nueva York, luchando por entender las injusticias y desigualdades que se presentan en el acceso a la educación.

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